Ahora que ya no siento ni el frío en la garganta ni los músculos abúlicos llenos de energía quieta o, no siento la mente estrecharse hasta volverse un filo violento. Tampoco siento necesidad de correr ¿Adónde correr? No hay lugar en el mundo al que pueda ir sin llevarme a mi misma… Aunque igual, cuando nos movemos y nos entran otros paisajes, otras voces ó nos toca la tierra, o nos roza el aire; el miedo se diluye, la ansiedad se diluye, la angustia se diluye… En este momento no necesito correr para sentir que mi pulso se agolpa. Digamos, el pulso puede ser la tierra que nos toca, la respiración puede ser el aire que nos roza. La mente, el cuerpo pulsando, respirando es también un paisaje! Ahora que no necesito correr para no acorralarme, ni apagarme a fuerza de acusaciones. Acusaciones que pesan en las piernas y alisan el hambre… me pregunto entonces, ¿Será que llevamos para siempre esos paisajes que hemos visto y hemos sido, metidos en la mirada… Esos paisajes suaves, terribles, poderosos, se recrean cuando tocamos a alguien? En este momento no necesito escaparme, ahora podemos hablar de estas cosas.

Paula Peiretti.